Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
sobre el departamento del sastre Kapernaumof. En un rincón del
patio halló la entrada de una escalera estrecha y sombría. Subió
por ella al segundo piso y se internó por la galería que bordeaba la
fachada. Cuando avanzaba entre las sombras, una puerta se abrió
de pronto a tres pasos de él. Raskolnikof asió el picaporte
maquinalmente.
-¿Quién va? -preguntó una voz de mujer con inquietud.
-Soy yo, que vengo a su casa -dijo Raskolnikof.
Y entró seguidamente en un minúsculo vestíbulo, donde una vela
ardía sobre una bandeja llena de abolladuras que descansaba
sobre una silla desvencijada.
-¡Dios mío! ¿Es usted? -gritó débilmente Sonia, paralizada por el
estupor.
-¿Es éste su cuarto?
Y Raskolnikof entró rápidamente en la habitación, haciendo
esfuerzos por no mirar a la muchacha.
Un momento después llegó Sonia con la vela en la mano.
Depositó la vela sobre la mesa y se detuvo ante él,
desconcertada, presa de extraordinaria agitación. Aquella visita
inesperada le causaba una especie de terror. De pronto, una
oleada de sangre le subió al pálido rostro y de sus ojos brotaron
lágrimas. Experimentaba una confusión extrema y una gran
vergüenza en la que había cierta dulzura. Raskolnikof se volvió
rápidamente y se sentó en una silla ante la mesa. Luego paseó su
mirada por la habitación.
Era una gran habitación de techo muy bajo, que comunicaba con
la del sastre por una puerta abierta en la pared del lado izquierdo.
En la del derecho había otra puerta, siempre cerrada con llave,
que daba a otro departamento. La habitación parecía un hangar.
Tenía la forma de un cuadrilátero irregular y un aspecto
destartalado. La pared de la parte del canal tenía tres ventanas.
Este muro se prolongaba oblicuamente y formaba al final un
ángulo agudo y tan profundo, que en aquel rincón no era posible
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