CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 384

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski Pero dejadme, dejadme solo. Esto ya lo tenía decidido, y es una decisión irrevocable. Aunque hubiera de morir, quiero estar solo. Olvidaos de mí: esto es lo mejor... No me busquéis. Ya vendré yo cuando sea necesario..., y, si no vengo, enviaré a llamaros. Tal vez vuelva todo a su cauce; pero ahora, si verdaderamente me queréis, renunciad a mí. Si no lo hacéis, llegaré a odiaros: esto es algo que siento en mí. Adiós. -¡Dios mío! -exclamó Pulqueria Alejandrovna. La madre, la hermana y Rasumikhine se sintieron dominados por un profundo terror. -¡Rodia, Rodia, vuelve a nosotras! -exclamó la pobre mujer. Él se volvió lentamente y dio un paso hacia la puerta. Dunia fue hacia él. -¿Cómo puedes portarte así con nuestra madre, Rodia? -murmuró, indignada. -Ya volveré, ya volveré a veros -dijo a media voz, casi inconsciente. Y se fue. -¡Mal hombre, corazón de piedra! -le gritó Dunia. -No es malo, es que está loco -murmuró Rasumikhine al oído de la joven, mientras le apretaba con fuerza la mano- Es un alienado, se lo aseguro. Sería usted la despiadada si no fuera comprensiva con él. Y dirigiéndose a Pulqueria Alejandrovna, que parecía a punto de caer, le dijo: -En seguida vuelvo. Salió corriendo de la habitación. Raskolnikof, que le esperaba al final del pasillo, le recibió con estas palabras: -Sabía que vendrías... Vuelve al lado de ellas; no las dejes... Ven también mañana; no las dejes nunca... Yo tal vez vuelva..., tal vez pueda volver. Adiós. Se alejó sin tenderle la mano. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 383