Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
indudablemente se vendería. En cuanto a la capacidad de
Rasumikhine, podéis estar tranquilas, pues conoce bien el
negocio... Además, tenéis tiempo de sobra para estudiar el
asunto.
-¡Hurra! -gritó Rasumikhine-. Y ahora escuchen. En este mismo
edificio hay un local independiente que pertenece al mismo
propietario. Está amueblado, tiene tres habitaciones pequeñas y
no es caro. Yo me encargaré de empeñarles el reloj mañana para
que tengan dinero. Todo se arreglará. Lo importante es que
puedan ustedes vivir los tres juntos. Así tendrán a Rodia cerca de
ustedes... Pero oye, ¿adónde vas?
-¿Por qué te marchas, Rodia? -preguntó Pulqueria Alejandrovna
con evidente inquietud.
¡Y en este momento! -le reprochó Rasumikhine.
Dunia miraba a su hermano con una sorpresa llena de
desconfianza. Él, con la gorra en la mano, se disponía a
marcharse.
-¡Cualquiera diría que nos vamos a separar para siempre!
-exclamó en un tono extraño-. No me enterréis tan pronto.
Y sonrió, pero ¡qué sonrisa aquélla!
-Sin embargo -dijo distraídamente-, ¡quién sabe si será la última
vez que nos vemos!
Había dicho esto contra su voluntad, como reflexionando en voz
alta.
-Pero ¿qué te pasa, Rodia? -preguntó ansiosamente su madre.
-¿Dónde vas? -preguntó Dunia con voz extraña.
-Me tengo que marchar -repuso.
Su voz era vacilante, pero su pálido rostro expresaba una
resolución irrevocable.
-Yo quería deciros... --continuó-. He venido aquí para decirte,
mamá, y a ti también, Dunia, que... debemos separarnos por
algún tiempo... No me siento bien... Los nervios... Ya volveré...
Más adelante..., cuando pueda. Pienso en vosotros y os quiero.
StudioCreativo ¡Pu &