Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
emprender un viaje, y al cabo de diez minutos se olvida de ello...
De pronto me ha dicho que se quiere casar y que le buscan una
novia... Sin duda, persigue algún fin, un fin indigno seguramente.
Sin embargo, yo creo que no se habría conducido tan
ingenuamente si hubiera abrigado algún mal propósito contra ti...
Yo, desde luego, he rechazado categóricamente ese dinero en
nombre tuyo. En una palabra, ese hombre me ha producido una
impresión extraña, e incluso me ha parecido que presentaba
síntomas de locura... Pero acaso sea una falsa apreciación mía, o
tal vez se trate de una simple ficción. La muerte de Marfa
Petrovna debe de haberle trastornado profundamente.
-¡Que Dios la tenga en la gloria! -exclamó Pulqueria
Alejandrovna-. Siempre la tendré presente en mis oraciones. ¿Qué
habría sido de nosotras, Dunia, sin esos tres mil rublos? ¡Dios
mío, no puedo menos de creer que el cielo nos los envía! Pues has
de saber, Rodia, que todo el dinero que nos queda son tres rublos,
y que pensábamos empeñar el reloj de Dunia para no pedirle
dinero a él antes de que nos lo ofreciera.
Dunia parecía trastornada por la proposición de Svidrigailof.
Estaba pensativa.
-Algún mal propósito abriga contra mí -murmuró, como si
hablara consigo misma y con un leve estremecimiento.
Raskolnikof advirtió este temor excesivo.
-Creo que tendré ocasión de volverle a ver -dijo a su hermana.
-¡Lo vigilaremos! -exclamó enérgicamente Rasumikhine-. ¡Me
comprometo a descubrir sus huellas! No le perderé de vista.
Cuento con el permiso de Rodia. Hace poco me ha dicho: «Vela
por mi hermana.» ¿Me lo permite usted, Avdotia Romanovna?
Dunia le sonrió y le tendió la mano, pero su semblante seguía
velado por la preocupación. Pulqueria Alejandrovna le miró
tímidamente, pero no intranquila, pues pensaba en los tres mil
rublos.
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