Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-¡Salga de aquí, y ni una palabra más!
Piotr Petrovitch, cuyo rostro estaba pálido y contraído por la
cólera, le miró un instante en silencio. Después giró sobre sus
talones y se fue, sintiendo un odio mortal contra Raskolnikof, al
que achacaba la culpa de su desgracia.
Pero mientras bajaba la escalera se imaginaba -cosa notableque no estaba todo definitivamente perdido y que bien podía
esperar reconciliarse con las dos damas.
III
Lo más importante era que Lujine no había podido prever
semejante desenlace. Sus jactancias se debían a que en ningún
momento se había imaginado que dos mujeres solas y pobres
pudieran desprenderse de su dominio. Este convencimiento estaba
reforzado por su vanidad y por una ciega confianza en sí mismo.
Piotr Petrovitch, salido de la nada, había adquirido la costumbre
casi enfermiza de admirarse a sí mismo profundamente. Tenía una
alta opinión de su inteligencia, de su capacidad, y, a veces,
cuando estaba solo, llegaba incluso a admirar su propia cara en un
espejo. Pero lo que más quería en el mundo era su dinero,
adquirido por su trabajo y también por otros medios. A su juicio,
esta fortuna le colocaba en un plano de igualdad con todas las
personas superiores a él. Había sido sincero al recordar
amargamente a Dunia que había pedido su mano a pesar de los
rumores desfavorables que circulaban sobre ella. Y al pensar en lo
ocurrido sentía una profunda indignación por lo que calificaba
mentalmente de «negra ingratitud. Sin embargo, cuando contrajo
el compromiso estaba completamente seguro de que aquellos
rumores eran absurdos y calumniosos, pues ya los había
desmentido públicamente Marfa Petrovna, eso sin contar con que
hacía tiempo que el vecindario, en su mayoría, había rehabilitado
a Dunia. Lujine no habría negado que sabía todo esto en el
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