Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
tres mil rublos, suma que llega con gran oportunidad, a juzgar por
el tono en que me está usted hablando -añadió Lujine secamente.
-Esa observación -dijo Dunia, indignada- puede ser una prueba
de que usted ha especulado con nuestra pobreza.
-Sea como fuere, ahora todo ha cambiado. Y me voy; no quiero
seguir siendo un obstáculo para que su hermano les transmita las
proposiciones secretas de Arcadio Ivanovitch Svidrigailof. Sin
duda, esto es importantísimo para ustedes, e incluso sumamente
agradable.
-¡Dios mío! -exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Rasumikhine hacía inauditos esfuerzos para permanecer en su
silla.
-¿No te da vergüenza soportar tanto insulto, Dunia? -preguntó
Raskolnikof.
-Sí, Rodia; estoy avergonzada -y, pálida de ira, gritó a Lujine-:
¡Salga de aquí, Piotr Petrovitch!
Lujine no esperaba ni remotamente semejante reacción. Tenía
demasiada confianza en sí mismo y contaba con la debilidad de
sus víctimas. No podía dar crédito a sus oídos. Palideció y sus
labios empezaron a temblar.
-Le advierto, Avdotia Romanovna, que si me marcho en estas
condiciones puede tener la seguridad de que no volveré.
Reflexione. Yo mantengo siempre mi palabra.
-¡Qué insolencia! -gritó Dunia, irritada-. ¡Pero si yo no quiero
volverle a ver!
-¿Cómo se atreve a hablar así? -exclamó Lujine, desconcertado,
pues en ningún momento había creído en la posibilidad de una
ruptura-. Tenga usted en cuenta que yo podría protestar.
-¡Usted no tiene ningún derecho a hablar así! -replicó vivamente
Pulqueria Alejandrovna-. ¿Contra qué va a protestar? ¿Y con qué
atribuciones? ¿Cree usted que puedo poner a mi hija en manos de
un hombre como usted? ¡Váyase y déjenos en paz! Hemos
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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