Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Hace un rato ha estado en mi casa -dijo de súbito Raskolnikof,
hablando por primera vez.
Todos se volvieron a mirarle, lanzando exclamaciones de
sorpresa. Incluso Piotr Petrovitch dio muestras de emoción.
-Hace cosa de hora y media -continuó Raskolnikof-, cuando yo
estaba durmiendo, ha entrado, me ha despertado y ha hecho su
propia presentación. Se ha mostrado muy simpático y alegre.
Confía en que llegaremos a ser buenos amigos. Entre otras cosas,
me ha dicho que desea tener contigo una entrevista, Dunia, y me
ha rogado que le ayude a obtenerla. Quiere hacerte una
proposición y me ha explicado en qué consiste. Además, me ha
asegurado formalmente que Marfa Petrovna, ocho días antes de
morir, te legó tres mil rublos y que muy pronto recibirás esta
suma.
-¡Dios
sea
loado!
-exclamó
Pulqueria
Alejandrovna,
santiguándose-. ¡Reza por ella, Dunia, reza por ella!
-Eso es cierto -no pudo menos de reconocer Lujine.
-Bueno, ¿y qué más? -preguntó vivamente Dunetchka.
-Después me ha dicho que no es rico, pues la hacienda pasa a
poder de los hijos, que se han ido a vivir con su tía. También me
ha hecho saber que se hospeda cerca de mi casa. Pero no sé
dónde, porque no se lo he preguntado.
-Pero ¿qué proposición quiere hacer a Dunetchka? -preguntó,
inquieta, Pulqueria Alejandrovna-. ¿Te lo ha explicado?
-Ya os he dicho que sí.
-Bien, ¿qué quiere proponerle?
-Ya hablaremos de eso después.
Y Raskolnikof empezó a beberse en silencio su taza de té.
Piotr Petrovitch sacó el reloj y miró la hora.
-Un asunto urgente me obliga a dejarles -dijo, y añadió,
visiblemente resentido y levantándose-: Así podrán ustedes
conversar más libremente.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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