Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Te lo diré claramente. Todos creeréis que me he vuelto loco, y a
mí me parece que tal vez es verdad, que he perdido la razón y
que, por lo tanto, lo que he visto ha sido un espectro.
-Pero ¿qué disparates estás diciendo?
-Sí, tal vez esté loco y todos los acontecimientos de estos últimos
días sólo hayan ocurrido en mi imaginación.
-¡A ti te ha trastornado ese hombre, Rodia! ¿Qué te ha dicho?
¿Qué quería de ti?
Raskolnikof no le contestó. Rasumikhine reflexionó un instante.
-Bueno, te lo voy a contar todo -dijo-. He pasado por tu casa y
he visto que estabas durmiendo. Entonces hemos comido y luego
yo he visitado a Porfirio Petrovitch. Zamiotof estaba con él
todavía. Intenté empezar en seguida mis explicaciones, pero no lo
conseguí. No había medio de entrar en materia como era debido.
Ellos parecían no comprender y, por otra parte, no mostraban la
menor desazón. Al fin, me llevo a Porfirio junto a la ventana y
empiezo a hablarle, sin obtener mejores resultados. Él mira hacia
un lado, yo hacia otro. Finalmente le acerco el puño a la cara y le
digo que le voy a hacer polvo. Él se limita a mirarme en silencio.
Yo escupo y me voy. Así termina la escena. Ha sido una estupidez.
Con Zamiotof no he cruzado una sola palabra... Yo temía haberte
causado algún perjuicio con mi conducta; pero cuando bajaba la
escalera he tenido un relámpago de lucidez. ¿Por qué tenemos
que preocuparnos tú ni yo? Si a ti te amenazara algún peligro, tal
inquietud se comprendería; pero ¿qué tienes tú que temer? Tú no
tienes nada que ver con ese dichoso asunto y, por lo tanto,
puedes reírte de ellos. Más adelante podremos reírnos en sus
propias narices, y si yo estuviera en tu lugar, me divertiría
haciéndoles creer que están en lo cierto. Piensa en su bochorno
cuando se den cuenta de su tremendo error. No lo pensemos más.
Ya les diremos lo que se merecen cuando llegue el momento.
Ahora limitémonos a burlarnos de ellos.
-Tienes razón -dijo Raskolnikof.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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