Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Eran cerca de las ocho. Los dos jóvenes se dirigieron a paso
ligero al edificio Bakaleev, con el propósito de llegar antes que
Lujine.
-¿Quién era ese señor que estaba contigo? -preguntó
Rasumikhine apenas llegaron a la calle.
-Es Svidrigailof, ese hacendado que hizo la corte a mi hermana
cuando la tuvo en su casa como institutriz. A causa de esta
persecución, Marfa Petrovna, la esposa de Svidrigailof, echó a mi
hermana de la casa. Esta señora pidió después perdón a Dunia, y
ahora, hace unos días, ha muerto de repente. De ella hemos
hablado hace un momento. No sé por qué temo tanto a ese
hombre. Inmediatamente después del entierro de su mujer se ha
venido a Petersburgo. Es un tipo muy extraño y parece abrigar
algún proyecto misterioso. ¿Qué es lo que proyectará? Hay que
proteger a Dunia contra él. Estaba deseando poder decírtelo.
-¿Protegerla? Pero ¿qué mal puede él hacer a Avdotia
Romanovna? En fin, Rodia, te agradezco esta prueba de
confianza. Puedes estar tranquilo, que protegeremos a tu
hermana. ¿Dónde vive ese hombre?
-No lo sé.
-¿Por qué no se lo has preguntado? Ha sido una lástima. Pero te
aseguro que me enteraré.
-¿Te has fijado en él? -preguntó Raskolnikof tras una pausa.
-Sí, lo he podido observar perfectamente.
-¿De veras lo has podido examinar bien? -insistió Raskolnikof.
-Sí, recuerdo todos sus rasgos. Reconocería a ese hombre entre
mil, pues tengo buena memoria para las fisonomías.
Callaron nuevamente.
-Oye -murmuró Raskolnikof-, ¿sabes que...? Mira, estaba
pensando que... ¿no habrá sido todo una ilusión?
-Pero ¿qué dices? No lo entiendo.
Raskolnikof torció la boca en una sonrisa.
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