Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Basta ya -dijo Raskolnikof-. Su proposición es de una insolencia
imperdonable.
-No estoy de acuerdo. Según ese criterio, en este mundo un
hombre sólo puede perjudicar a sus semejantes y no tiene
derecho a hacerles el menor bien, a causa de las estúpidas
conveniencias sociales. Esto es absurdo. Si yo muriese y legara
esta suma a mi hermana, ¿se negaría ella a aceptarla?
-Es muy posible.
-Pues yo estoy seguro de que no la rechazaría. Pero no
discutamos. Lo cierto es que diez mil rublos no son una cosa
despreciable. En fin, fuera como fuere, le ruego que transmita
nuestra conversación a Avdotia Romanovna.
-No lo haré.
-En tal caso, Rodion Romanovitch, me veré obligado a procurar
tener una entrevista con ella, cosa que tal vez la moleste.
-Y si yo le comunico su proposición, ¿usted no intentará visitarla?
-Pues... no sé qué decirle. ¡Me gustaría tanto verla, aunque sólo
fuera una vez!
-No cuente con ello.
-Pues es una lástima. Por otra parte, usted no me conoce.
Podríamos llegar a ser buenos amigos.
-¿Usted cree?
-¿Por qué no? -exclamó Svidrigailof con una sonrisa.
Se levantó y cogió su sombrero.
-¡Vaya! No quiero molestarle más. Cuando venía hacia aquí no
tenía demasiadas esperanzas de... Sin embargo, su cara me había
impresionado esta mañana.
-¿Dónde me ha visto usted esta mañana? -preguntó Raskolnikof
con visible inquietud.
-Le vi por pura casualidad. Sin duda, usted y yo tenemos algo en
común... Pero no se agite. No me gusta importunar a nadie. He
tenido cuestiones con los jugadores de ventaja y no he molestado
jamás al príncipe Svirbey, gran personaje y pariente lejano mío.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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