Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Fíjese usted en un detalle y dígame si no es curioso -exclamó-.
Hace media hora, jamás nos habíamos visto, y ahora todavía nos
miramos como enemigos, porque tenemos un asunto pendiente de
solución. Sin embargo, lo dejamos todo a un lado para ponernos a
filosofar. Ya le decía yo que éramos dos cabezas gemelas.
-Perdone -dijo Raskolnikof bruscamente-. Le ruego que me diga
de una vez a qué debo el honor de su visita. Tengo que
marcharme.
-Pues lo va usted a saber. Dígame: su hermana, Avdotia
Romanovna, ¿se va a casar con Piotr Petrovitch Lujine?
-Le ruego que no mezcle a mi hermana en esta conversación,
que ni siquiera pronuncie su nombre. Además, no comprendo
cómo se atreve usted a nombrarla si verdaderamente es
Svidrigailof.
-¿Cómo quiere usted que no la nombre si he venido
expresamente para hablarle a ella?
-Bien. Hable, pero de prisa.
-No me cabe duda de que si ha tratado usted sólo durante media
hora a mi pariente político el señor Lujine, o si ha oído hablar de
él a alguna persona digna de crédito, ya tendrá formada su
opinión sobre dicho señor. No es un partido conveniente para
Avdotia Romanovna. A mi juicio, Avdotia Romanovna va a
sacrificarse de un modo tan magnánimo como impremeditado
por... por su familia. Fundándome en todo lo que había oído decir
de usted, supuse que le encantaría que ese compromiso
matrimonial se rompiera, con tal que ello no reportase ningún
perjuicio a su hermana. Ahora que le conozco, estoy seguro de la
exactitud de mi suposición.
-No sea usted ingenuo..., mejor dicho, desvergonzado.
-¿Cree usted acaso que obro impulsado por el interés? Puede
estar tranquilo, Rodion Romanovitch: si fuera así, lo disimularía.
No me crea tan imbécil. Respecto a este particular, voy a
descubrirle una rareza psicológica. Hace un momento, al
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 355