Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
--Completamente despierto las tres veces. Aparece, me habla
unos momentos y se va por la puerta, siempre por la puerta.
Incluso me parece oírla marcharse.
-¿Por qué tendría yo la sensación de que habían de ocurrirle
estas cosas? -dijo de súbito Raskolnikof, asombrándose de sus
palabras
apenas
las
habia
pronunciado.
Estaba
extraordinariamente emocionado.
-¿De veras ha pensado usted eso? -exclamó Svidrigailof,
sorprendido-. ¿De veras? ¡Ah! Ya dela yo que entre nosotros
existía cierta afinidad.
-Usted no ha dicho eso -replicó ásperamente Raskolnikof.
-¿No lo he dicho?
-No.
-Pues creía haberlo dicho. Cuando he entrado hace un momento
y le he visto acostado, con los ojos cerrados y fingiendo dormir,
me he dicho inmediatamente: «Es él mismo.»
-¿Qué quiere decir eso de «él mismo? -exclamó Raskolnikof-. ¿A
qué se refiere usted?
-Pues no lo sé -respondió Svidrigailof ingenuamente,
desconcertado.
Los dos guardaron silencio mientras se devoraban con los ojos.
-¡Todo eso son tonterías! -exclamó Raskolnikof, irritado-. ¿Qué le
dice Marfa Petrovna cuando se le aparece?
-¿De qué me habla? De nimiedades. Y, para que vea usted lo que
es el hombre, eso es precisamente lo que me molesta. La primera
vez se me presentó cuando yo estaba rendido por la ceremonia
fúnebre, el réquiem, la comida de funerales... Al fin pude aislarme
en mi habitación, encendí un cigarro y me entregué a mis
reflexiones. De pronto, Marfa Petrovna entró por la puerta y me
dijo: «con tanto trajín, te has olvidado de subir la pesa del reloj
del comedor.» Y es que durante siete años me encargué yo de
este trabajo, y cuando me olvidaba de él, ella me lo recordaba...
Al día siguiente partí para Petersburgo. Al amanecer, llegué a la
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