Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-El panecillo blanco te lo traeré en seguida pero el salchichón...
¿No prefieres un plato de chtchis? Es de ayer y está riquísimo. Te
lo guardé, pero viniste demasiado tarde. Palabra que está muy
bueno.
Cuando trajo la sopa y Raskolnikof se puso a comer, Nastasia se
sentó a su lado, en el diván, y empezó a charlar. Era una
campesina que hablaba por los codos y que había llegado a la
capital directamente de su aldea.
-Praskovia Pavlovna quiere denunciarte a la policía -dijo.
El frunció las cejas.
-¿A la policía? ¿Por qué?
-Porque ni le pagas ni lo vas a hacer: la cosa no puede estar más
clara.
-Es lo único que me faltaba -murmuró el joven, apretando los
dientes-. En estos momentos, esa denuncia sería un trastorno
para mí. ¡Esa mujer es tonta! -añadió en voz alta-. Hoy iré a
hablar con ella.
-Desde luego, es tonta. Tanto como yo. Pero tú, que eres
inteligente, ¿por qué te pasas el día echado así como un saco? Y
no se sabe ni siquiera qué color tiene el dinero. Dices que antes
dabas lecciones a los niños. ¿Por qué ahora no haces nada?
-Hago algo -replicó Raskolnikof secamente, como hablando a la
fuerza.
-¿Qué es lo que haces?
-Un trabajo.
-¿Qué trabajo?
-Medito -respondió el joven gravemente, tras un silencio.
Nastasia empezó a retorcerse. Era un temperamento alegre y,
cuando la hacían reír, se retorcía en silencio, mientras todo su
cuerpo era sacudido por las mudas carcajadas.
-¿Has ganado mucho con tus meditaciones? -preguntó cuando al
fin pudo hablar.
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Comentario [L9]: Sopa de coles, plato
corriente en Rusia.