Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
prueba
que
va
creciendo
hasta
alcanzar
dimensiones
gigantescas.»
Con profundo pesar, notó que las fuerzas le abandonaban, que
una extrema debilidad le invadía.
«Debí suponerlo -se dijo con amarga ironía-. No sé cómo me
atreví a hacerlo. Yo me conocía, yo sabía de lo que era capaz. Sin
embargo, empuñé el hacha y derramé sangre... Debí preverlo
todo... Pero ¿acaso no lo había previsto?»
Se dijo esto último con verdadera desesperación. Después le
asaltó un nuevo pensamiento.
«No, esos hombres están hechos de otro modo. Un auténtico
conquistador, uno de esos hombres a los que todo se les permite,
cañonea Tolón, organiza matanzas en París, olvida su ejército en
Egipto, pierde medio millón de hombres en la campaña de Rusia,
se salva en Vilna por verdadera casualidad, por una equivocación,
y, sin embargo, después de su muerte se le levantan estatuas.
Esto prueba que, en efecto, todo se les permite. Pero esos
hombres están hechos de bronce, no de carne.»
De pronto tuvo un pensamiento que le pareció divertido.
«Napoleón, las Pirámides, Waterloo por un lado, y por otro una
vieja y enjuta usurera que tiene debajo de la cama un arca
forrada de tafilete rojo... ¿Cómo admitir que puede haber una
semejanza entre ambas cosas? ¿Cómo podría admitirlo un Porfirio
Petrovitch, por ejemplo? Completamente imposible: sus
sentimientos estéticos se oponen a ello... ¡Un Napoleón
introducirse debajo de la cama de una vieja...! ¡Inconcebible!»
De vez en cuando experimentaba una exaltación febril y creía
desvariar.
«La vieja no significa nada -se dijo fogosamente-. Esto tal vez
sea un error, pero no se trata de ella. La vieja ha sido sólo un
accidente. Yo quería salvar el escollo rápidamente, de un salto. No
he matado a un ser humano, sino un principio. Y el principio lo he
matado, pero el salto no lo he sabido dar. Me he quedado a la
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 337