CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 336

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski Raskolnikof hablaba con voz entrecortada. Las palabras parecían resistirse a salir de su boca. Esta vez, el desconocido levantó la cabeza y dirigió al joven una mirada sombría y siniestra. -Asesino -dijo de pronto, en voz baja pero clarísima. Raskolnikof siguió a su lado. Sintió que las piernas le flaqueaban y vacilaban. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Su corazón dejó de latir como si se hubiera separado de su organismo. Dieron en silencio un centenar de pasos más. El desconocido no le miraba. -Pero ¿qué dice usted? ¿Quién... quién es un asesino? -balbuceó al fin Raskolnikof, con voz apenas perceptible. -Tú, tú eres un asesino -respondió el desconocido, articulando las palabras más claramente todavía. Con una mirada triunfal y llena de odio, miró el rostro pálido y los ojos vidriosos de Raskolnikof. Entre tanto, habían llegado a una travesía. El desconocido dobló por ella y continuó su camino sin volverse. Raskolnikof se quedó clavado en el suelo, siguiendo al hombre con la vista. Éste se volvió para mirar al joven, que continuaba sin hacer el menor movimiento. La distancia no permitía distinguir sus rasgos, pero Raskolnikof creyó advertir que aquel hombre sonreía aún con su sonrisa glacial y llena de un odio triunfante. Transido de espanto, temblándole las piernas, Raskolnikof volvió como pudo a su casa y subió a su habitación. Se quitó la gorra, la dejó sobre la mesa y permaneció inmóvil durante diez minutos. Al fin, ya en el límite de sus fuerzas, se dejó caer en el diván y se extendió penosamente, con un débil suspiro. Cerró los ojos y así estuvo una media hora. No pensaba en nada concreto: sólo pasaban por su imaginación retazos de ideas, imágenes vagas que se hacinaban en desorden, rostros que había conocido en su infancia, fisonomías vistas una sola vez, casualmente, y que en otras circunstancias no habría StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 335