Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
aspecto de hombre del pueblo. Vestía una especie de hopalanda
sobre un chaleco y, visto de lejos, se le habría tomado por una
campesina. Su cabeza, cubierta con un gorro grasiento, se
inclinaba sobre su pecho. Era tan cargado de espaldas, que
parecía jorobado. Su rostro, fofo y arrugado, era el de un hombre
de más de cincuenta años. Sus ojillos, cercados de grasa,
lanzaban miradas sombrías.
-¿Qué pasa?-preguntó Raskolnikof acercándose al portero.
El desconocido empezó por dirigirle una mirada al soslayo;
después lo examinó detenidamente, sin prisa; al fin, y sin
pronunciar palabra, dio media vuelta y se marchó.
-¿Qué quería ese hombre? -preguntó Raskolnikof.
-Es un individuo que ha venido a preguntar si vivía aquí un
estudiante que ha resultado ser usted, pues me ha dado su
nombre y el de su patrona. En este momento ha bajado usted, yo
le he señalado y él se ha ido. Eso es todo.
El portero parecía bastante asombrado, pero su perplejidad no
duró mucho: después de reflexionar un instante, dio media vuelta
y desapareció en la portería. Raskolnikof salió en pos del
desconocido.
Apenas salió, lo vio por la acera de enfrente. Aquel hombre
marchaba a un paso regular y lento, tenía la vista fija en el suelo
y parecía reflexionar. Raskolnikof le alcanzó en seguida, pero de
momento se limitó a seguirle. Al fin se colocó a su lado y le miró
de reojo. El desconocido advirtió al punto su presencia, le dirigió
una rápida mirada y volvió a bajar los ojos. Durante un minuto
avanzaron en silencio.
-Usted ha preguntado por mí al portero, ¿no?-dijo Raskolnikof en
voz baja.
El otro no respondió. Ni siquiera levantó la vista. Hubo un nuevo
silencio.
-Viene a preguntar por mí y ahora se calla... ¿Por qué?
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 334