Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
dinero. A lo mejor, Sonia está ahora sin un kopek, pues esta caza
de hombres, como la de los animales, depende de la suerte. Sin
mi dinero, tendrían que apretarse el cinturón. Lo mismo les ocurre
con Sonia. En ella han encontrado una verdadera mina. Y se
aprovechan... Sí, se aprovechan. Se han acostumbrado. Al
principio derramaron unas lagrimitas, pero después se
acostumbraron. ¡Miseria humana! A todo se acostumbra uno.»
Quedó ensimismado. De pronto, involuntariamente, exclamó:
-Pero ¿y si esto no es verdad? ¿Y si el hombre no es un ser
miserable, o, por lo menos, todos los hombres? Entonces habría
que admitir que nos dominan los prejuicios, los temores vanos, y
que uno no debe detenerse ante nada ni ante nadie. ¡Obrar: es lo
que hay que hacer!
III
Al día siguiente se despertó tarde, después de un sueño
intranquilo que no le había procurado descanso alguno. Se
despertó de pésimo humor y paseó por su buhardilla una mirada
hostil. La habitación no tenía más de seis pasos de largo y ofrecía
el aspecto más miserable, con su papel amarillo y polvoriento,
despegado a trozos, y tan baja de techo, que un hombre que
rebasara sólo en unos centímetros la estatura media no habría
estado allí a sus anchas, pues le habría cohibido el temor de dar
con la cabeza en el techo. Los muebles estaban en armonía con el
local. Consistían en tres sillas viejas, más o menos cojas; una
mesa pintada, que estaba en un rincón y sobre la cual se veían,
como tirados, algunos cuadernos y libros tan cubiertos de polvo
que bastaba verlos para deducir que no los habían tocado hacía
mucho tiempo, y, en fin, un largo y extraño diván que ocupaba
casi toda la longitud y la mitad de la anchura de la pieza y que
estaba tapizado de una indiana hecha jirones. Éste era el lecho de
Raskolnikof, que solía acostarse completamente vestido y sin más
mantas que su vieja capa de estudiante. Como almohada utilizaba
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