Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Enfádese conmigo, insúlteme si quiere, pero no puedo
remediarlo: tengo que hacerle otra pregunta..., aunque reconozco
que estoy abusando de su paciencia. Quisiera exponerle cierta
idea que se me acaba de ocurrir y que temo olvidar...
-Bien, usted dirá -dijo Raskolnikof, de pie, pálido y serio, frente
al juez de instrucción.
-Pues se trata... No sé cómo explicarme... Es una idea tan
extraña... De tipo psicológico, ¿sabe...? Verá. Yo creo que cuando
estaba usted escribiendo su artículo tenía forzosamente que
considerarse, por lo menos en cierto modo, como uno de esos
hombres extraordinarios destinados a decir «palabras nuevas», en
el sentido que usted ha dado a esta expresión... ¿No es así?
-Es muy posible -repuso desdeñosamente Raskolnikof.
Rasumikhine hizo un movimiento.
-En ese caso, ¿sería usted capaz de decidirse, para salir de una
situación económica apurada o para hacer un servicio a la
humanidad, a dar el paso..., en fin, a matar para robar?
Y guiñó el ojo izquierdo, mientras sonreía en silencio,
exactamente igual que antes.
-Si estuviera decidido a dar un paso así, tenga la seguridad de
que no se lo diría a usted -repuso Raskolnikof con retadora
arrogancia.
-Mi pregunta ha obedecido a una curiosidad puramente literaria.
La he hecho con el único fin de comprender mejor el fondo de su
artículo.
«¡Qué celada tan buena! -pensó Raskolnikof, asqueado-. La
malicia está cosida con hilo blanco.»
-Permítame aclararle -dijo secamente- que yo no me he creído
jamás un Mahoma ni un Napoleón, ni ningún otro personaje de
este género, y que, en consecuencia, no puedo decirle lo que
haría en el caso contrario.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 326