Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Admito -repuso tranquilamente- que esos casos deben
presentarse. Los vanidosos, esos seres estúpidos, pueden caer en
la trampa, y más aún si son demasiado jóvenes.
-Por eso se lo digo... ¿Y qué hay que hacer en ese caso?
Raskolnikof sonrió mordazmente.
-¿Qué quiere usted que le diga? Eso no me afecta lo más
mínimo. Así es y así será siempre... Fíjese usted en éste --e indicó
con un gesto a Rasumikhine-. Hace un momento decía que yo
disculpaba el asesinato. Pero ¿eso qué importa? La sociedad está
bien protegida por las deportaciones, las cárceles, los presidios,
los jueces. No tiene motivo para inquietarse. No tiene más que
buscar al delincuente.
-¿Y si se le encuentra?
-Peor para él.
-Su lógica es irrefutable. Pero la conciencia está en juego.
-Eso no debe preocuparle.
-Es una cuestión que afecta a los sentimientos humanos.
-El que sufre reconociendo su error, recibe un castigo que se
suma al del penal.
-Así -dijo Rasumikhine, malhumorado-, los hombres geniales,
esos que tienen derecho a matar, ¿no han de sentir ningún
remordimiento por haber derramado sangre humana...?
-No se trata de que deban o no deban sentirlo. Sólo sufrirán en
el caso de que sus víctimas les inspiren compasión. El sufrimiento
y el dolor van necesariamente unidos a un gran corazón y a una
elevada inteligencia. Los verdaderos grandes hombres deben de
experimentar, a mi entender, una gran tristeza en este mundo
-añadió con un aire pensativo que contrastaba con el tono de la
conversación.
Levantó los ojos y miró a los presentes con aire distraído.
Después sonrió y cogió su gorra. Estaba sereno, por lo menos
mucho más que cuando había llegado, y se daba cuenta de ello.
Todos se levantaron. Porfirio Petrovitch dijo:
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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