Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Muchas gracias. Pero dígame: ¿cómo distinguir a esos hombres
extraordinarios de los otros? ¿Presentan alguna característica
especial al nacer? Mi opinión es que en este punto hay que
observar la más rigurosa exactitud y alcanzar una gran precisión
en la distinción de los dos tipos de hombre. Perdone mi inquietud,
muy natural en un hombre práctico y bienintencionado, pero ¿no
sería conveniente que esos hombres fueran vestidos de un modo
especial o llevaran algún distintivo...? Porque suponga usted que
un individuo perteneciente a una categoría cree formar parte de la
otra y se lanza «a destruir todos los obstáculos que se le oponen,
para decirlo con sus propias y felices palabras. Entonces...
-¡Oh! Eso ocurre con frecuencia. Es una observación que supera
a la anterior en agudeza.
-Gracias.
-No hay de qué. Pero piense que semejante error es sólo posible
en la primera categoría, es decir, en la de los hombres ordinarios,
como yo les he calificado, tal vez equivocadamente. A pesar de su
tendencia innata a la obediencia, muchos de ellos, llevados de un
natural alocado que se encuentra incluso entre las vacas, se
consideran hombres de vanguardia, destructores llamados a
exponer ideas nuevas, y lo creen con toda sinceridad. Estos
hombres no distinguen a los verdaderos innovadores y suelen
despreciarlos, considerándolos espíritus mezquinos y atrasados.
Pero me parece que no puede haber en ello ningún serio peligro,
ya que nunca van muy lejos. Por lo tanto, la inquietud de usted no
está justificada. A lo sumo, merecen que se les azote de vez en
cuando para castigarlos por su desvío y hacerlos volver al redil.
No hay necesidad de molestar a un verdugo, pues ellos mismos se
aplican la sanción que merecen, ya que son personas de alta
moralidad. A veces se administran el castigo unos a otros; a veces
se azotan con sus propias manos. Se imponen penitencias
públicas, lo que no deja de ser hermoso y edificante. Es la regla
general. En una palabra, que no tiene usted por qué inquietarse.
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