CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 310

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski -¡Estás muy equivocado! ¡No me has entendido! Yo no he pensado nada de lo que dices, sino todo lo contrario -protestó, desolado, Rasumikhine. «¿Lo habré hecho bien? ¿No habré exagerado? -pensó Raskolnikof, temblando de inquietud-. ¿Por qué habré dicho eso de "Ya sabes cómo son las mujeres"?» -¿De modo que su madre ha venido a verle? -preguntó Porfirio Petrovitch. -Sí. -¿Y cuándo ha llegado? -Ayer por la tarde. Porfirio no dijo nada: parecía reflexionar. -Sus objetos no pueden haberse perdido -manifestó al fin, tranquilo y fríamente-. Hace tiempo que esperaba su visita. Dicho esto, se volvió con toda naturalidad hacia Rasumikhine, que estaba echando sobre la alfombra la ceniza de su cigarrillo, y le acercó un cenicero. Raskolnikof se había estremecido, pero el juez instructor, atento al cigarrillo de Rasumikhine, no pareció haberlo notado. -¿Dices que lo esperabas? -preguntó Rasumikhine a Porfirio Petrovitch-. ¿Acaso sabías que tenía cosas empeñadas? Porfirio no le respondió, sino que habló a Raskolnikof directamente: -Sus dos objetos, la sortija y el reloj, estaban en casa de la víctima, envueltos en un papel sobre el cual se leía el nombre de usted, escrito claramente con lápiz y, a continuación, la fecha en que la prestamista había recibido los objetos. -¡Qué memoria tiene usted! -exclamó Raskolnikof iniciando una sonrisa. Ponía gran empeño en fijar su mirada serenamente en los ojos del juez, pero no pudo menos de añadir: -He hecho esta observación porque supongo que los propietarios de objetos empeñados son muy numerosos y lo natural sería que StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 309