Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
sobre los desnudos hombros, una capa de paño, que sin duda le
venía bien dos años atrás, pero que ahora apenas le llegaba a las
rodillas. Estaba al lado de su hermanito y le rodeaba el cuello con
su descarnado brazo. Al mismo tiempo, seguía a su madre con
una mirada temerosa de sus oscuros y grandes ojos, que parecían
aún mayores en su pequeña y enjuta carita.
Marmeladof no entró en el piso: se arrodilló ante el umbral y
empujó a Raskolnikof hacia el interior. Catalina Ivanovna se
detuvo distraídamente al ver ante ella a aquel desconocido y,
volviendo momentáneamente a la realidad, parecía preguntarse:
¿Qué hace aquí este hombre? Pero sin duda se imaginó en
seguida que iba a atravesar la habitación para dirigirse a otra.
Entonces fue a cerrar la puerta de entrada y lanzó un grito al ver
a su marido arrodillado en el umbral.
-¿Ya estás aquí? -exclamó, furiosa-. ¿Ya has vuelto? ¿Dónde está
el dinero? ¡Canalla, monstruo! ¿Qué te queda en los bolsillos?
¡Éste no es el traje! ¿Qué has hecho de él? ¿Dónde está el dinero?
¡Habla!
Empezó a registrarle ávidamente. Marmeladof abrió al punto los
brazos, dócilmente, para facilitar la tarea de buscar en sus
bolsillos. No llevaba encima ni un kopek.
-¿Dónde está el dinero? -siguió vociferando la mujer-. ¡Señor!
¿Es posible que se lo haya bebido todo? ¡Quedaban doce rublos en
el baúl!
En un arrebato de ira, cogió a su marido por los cabellos y le
obligó a entrar a fuerza de tirones. Marmeladof procuraba
aminorar su esfuerzo arrastrándose humildemente tras ella, de
rodillas.
-¡Es un placer para mí, no un dolor! ¡Un placer, amigo mío!
-exclamaba mientras su mujer le tiraba del pelo y lo sacudía.
Al fin su frente fue a dar contra el entarimado. La niña que
dormía en el suelo se despertó y rompió a llorar. El niño, de pie en
su rincón, no pudo soportar la escena: de nuevo empezó a
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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