Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Raskolnikof seguía riendo, y de tal modo, que se olvidó de que su
mano estaba en la de Porfirio Petrovitch. Sin embargo, consciente
de que todo tiene su medida, aprovechó un momento propicio
para recobrar la seriedad lo más naturalmente posible.
Rasumikhine, al que el accidente que su conducta acababa de
provocar había sumido en el colmo de la confusión, miró un
momento con expresión sombría los trozos de vidrio, después
escupió, volvió la espalda a Porfirio y a Raskolnikof, se acercó a la
ventana y, aunque no veía, hizo como si mirase al exterior.
Porfirio Petrovitch reía por educación, pero se veía claramente que
esperaba le explicasen el motivo de aquella visita.
En un rincón estaba Zamiotof sentado en una silla. Al aparecer
los visitantes se había levantado, esbozando una sonrisa.
Contemplaba la escena con una expresión en que el asombro se
mezclaba con la desconfianza, y observaba a Raskolnikof incluso
con una especie de turbación. La aparición inesperada de Zamiotof
sorprendió desagradablemente al joven, que se dijo:
«Otra cosa en que hay que pensar.»
Y manifestó en voz alta, con una confusión fingida:
-Le ruego que me perdone...
-Pero ¿qué dice usted? ¡Si estoy encantado! Ha entrado usted de
un modo tan agradable... -repuso Porfirio Petrovitch, y añadió,
indicando a Rasumikhine con un movimiento de cabeza-. Ése, en
cambio, ni siquiera me ha dado los Buenos días.
-Se ha indignado conmigo no sé por qué. Por el camino le he
dicho que se parecía a Romeo y le he demostrado que mi
comparación era justa. Esto es todo lo que ha habido entre
nosotros.
-¡Imbécil! -exclamó Rasumikhine sin volver la cabeza.
-Debe de tener sus motivos para tomar en serio una broma tan
inofensiva --comentó Porfirio echándose a reír.
-Oye, juez de instrucción... -empezó a decir Rasumikhine-. ¡Bah!
¡Que el diablo os lleve a todos!
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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