Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
que yo lea la verdad en su semblante apenas entre en el
despacho, al primer paso que dé. De lo contrario, no sabré cómo
proceder, y ya puedo darme por perdido.»
-¿Sabes lo que te digo? -preguntó de pronto a Rasumikhine con
una sonrisa maligna-. Que he observado que toda la mañana te
domina una gran agitación. De veras.
-¿Agitación? Nada de eso -repuso, mortificado, Rasumikhine.
-No lo niegues. Eso se ve a la legua. Hace un rato estabas
sentado en el borde de la silla, cosa que no haces nunca, y
parecías tener calambres en las piernas. A cada momento te
sobresaltabas sin motivo, y unas veces tenías cara de hombre
amargado y otras eras un puro almíbar. Te has sonrojado varias
veces y te has puesto como la púrpura cuando te han invitado a
comer.
-Todo eso son invenciones tuyas. ¿Qué quieres decir?
-A veces eres tímido como un colegial. Ahora mismo te has
puesto colorado.
-¡Imbécil!
-Pero ¿a qué viene esa confusión? ¡Eres un Romeo! Ya contaré
todo esto en cierto sitio. ¡Ja, ja, ja! ¡Cómo voy a hacer reír a mi
madre! ¡Y a otra persona!
-Oye, oye... Hablemos en serio... Quiero saber... -balbuceó
Rasumikhine, aterrado-. ¿Qué piensas contarles? Oye, querido...
¡Eres un majadero!
-Estás hecho una rosa de primavera... ¡Si vieras lo bien que esto
te sienta! ¡Un Romeo de tan aventajada estatura! ¡Y cómo te has
lavado hoy! Incluso te has limpiado las uñas. ¿Cuándo habías
hecho cosa semejante? Que Dios me perdone, pero me parece
que hasta te has puesto pomada en el pelo. A ver: baja un poco la
cabeza.
-¡Imbécil!
Raskolnikof se reía de tal modo, que parecía no poder cesar de
reír. La hilaridad le duraba todavía cuando llegaron a casa de
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 303