CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 301

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski observar que la joven iba ensimismada. Sonia llegó a la casa en que vivía y cruzó el portal. Él entró tras ella un tanto asombrado. La joven se internó en el patio y luego en la escalera de la derecha, que era la que conducía a su habitación. El desconocido lanzó una exclamación de sorpresa y empezó a subir la misma escalera que Sonia. Sólo en este momento se dio cuenta la joven de que la seguían. Sonia llegó al tercer piso, entró en un corredor y llamó en una puerta que ostentaba el número 9 y dos palabras escritas con tiza: «Kapernaumof, sastre.» -¡Qué casualidad! -exclamó el desconocido. Y llamó a la puerta vecina, la señalada con el número 8. Entre ambas puertas había una distancia de unos seis pasos. -¿De modo que vive usted en casa de Kapernaumof? -dijo el caballero alegremente-. Ayer me arregló un chaleco. Además, soy vecino de usted: vivo en casa de la señora Resslich Gertrudis Pavlovna. El mundo es un pañuelo. Sonia le miró fijamente. -Sí, somos vecinos -continuó el caballero, con desbordante jovialidad-. Estoy en Petersburgo desde hace sólo dos días. Para mí será un placer volver a verla. Sonia no contestó. En este momento le abrieron la puerta, y entró en su habitación. Estaba avergonzada y atemorizada. Rasumikhine daba muestras de gran agitación cuando iba en busca de Porfirio Petrovitch, acompañado de Rodia. -Has tenido una gran idea, querido, una gran idea -dijo varias veces-. Y créeme que me alegro, que me alegro de veras. «¿Por qué se ha de alegrar?», se preguntó Raskolnikof. -No sabía que tú también empeñabas cosas en casa de la vieja. ¿Hace mucho tiempo de eso? Quiero decir que si hace mucho tiempo que has estado en esa casa por última vez. «Es muy listo, pero también muy ingenuo», se dijo Raskolnikof. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 300