Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
¿Qué te parece...? Así se solucionaría más rápidamente el
asunto... Ya verás como, apenas nos sentemos a la mesa, mi
madre me habla del reloj.
Rasumikhine dio muestras de una emoción extraordinaria.
-No tienes que ir a la policía para nada. Porfirio lo solucionará
todo... Me has dado una verdadera alegría... Y ¿para qué esperar?
Podemos ir inmediatamente. Lo tenemos a dos pasos de aquí.
Estoy seguro de que lo encontraremos.
-De acuerdo: vamos.
-Se alegrará mucho de conocerte. ¡Le he hablado tantas veces de
ti...! Ayer mismo te nombramos... ¿De modo que conocías a la
vieja? ¡Estupendo...! ¡Ah! Nos habíamos olvidado de que está aquí
Sonia Ivanovna.
-Sonia Simonovna -rectificó Raskolnikof-. Éste es mi amigo
Rasumikhine, Sonia Simonovna; un buen muchacho...
-Si se han de marchar ustedes... -comenzó a decir Sonia, cuya
confusión había aumentado al presentarle Rodia a Rasumikhine,
hasta el punto de que no se atrevía a levantar los ojos hacia él.
-Vamos -decidió Raskolnikof-. Hoy mismo pasaré por su casa,
Sonia Simonovna. Haga el favor de darme su dirección.
Dijo esto con desenvoltura pero precipitadamente y sin mirarla.
Sonia le dio su dirección, no sin ruborizarse, y salieron los tres.
-No has cerrado la puerta -dijo Rasumikhine cuando empezaban
a bajar la escalera.
-No la cierro nunca... Además, no puedo. Hace dos años que
quiero comprar una cerradura.
Había dicho esto con aire de despreocupación. Luego exclamó,
echándose a reír y dirigiéndose a Sonia:
-¡Feliz el hombre que no tiene nada que guardar bajo llave! ¿No
cree usted?
Al llegar a la puerta se detuvieron.
-Usted va hacia la derecha, ¿verdad, Sonia Simonovna...? ¡Ah,
oiga! ¿Cómo ha podido encontrarme? -preguntó en el tono del que
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 297