Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Como es natural, Rodia -dijo la madre, poniéndose en pie-,
comeremos juntos... Vámonos, Dunetchka. Y tú, Rodia, deberías ir
a dar un paseo, después descansar un rato y luego venir a
reunirte con nosotras... lo antes posible. Sin duda te hemos
fatigado.
-Iré, iré -se apresuró a contestar Raskolnikof, levantándose-.
Además, tengo cosas que hacer.
-¿Qué quieres decir con eso? -exclamó Rasumikhine, mirando
fijamente a Raskolnikof-. Supongo que no se te habrá pasado por
la cabeza comer solo. Dime: ¿qué piensas hacer?
-Te aseguro que iré. Y tú quédate aquí un momento... ¿Podéis
dejármelo para un rato, mamá? ¿Verdad que no lo necesitáis?
-¡No, no! Puede quedarse... Pero le ruego, Dmitri Prokofitch, que
venga usted también a comer con nosotros.
-Yo también se lo ruego -dijo Dunia.
Rasumikhine asintió haciendo una reverencia. Estaba radiante.
Durante un momento, todos parecieron dominados por una
violencia extraña.
-Adiós, Rodia. Es decir, hasta luego: no me gusta decir adiós...
Adiós, Nastasia. ¡Otra vez se me ha escapado!
Pulqueria Alejandrovna tenía intención de saludar a Sonia, pero
no supo cómo hacerlo y salió de la habitación precipitadamente.
En cambio, Avdotia Romanovna, que parecía haber estado
esperando su vez, al pasar ante Sonia detrás de su madre la
saludó amable y gentilmente. Sonetchka perdió la calma y se
inclinó con temeroso apresuramiento. Por su semblante pasó una
sombra de amargura, como si la cortesía y la afabilidad de Avdotia
Romanovna le hubieran producido una impresión dolorosa.
-Adiós, Dunia -dijo Raskolnikof, que había salido al vestíbulo tras
ella-. Dame la mano.
-¡Pero si ya te la he dado! ¿No lo recuerdas? -dijo la joven,
volviéndose hacia él, entre desconcertada y afectuosa.
-Es que quiero que me la vuelvas a dar.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 293