Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
seguidamente bajó los ojos. El pálido rostro de Raskolnikof se
había teñido de púrpura. Sus facciones se habían contraído y sus
ojos llameaban.
-Mamá -lijo con voz firme y vibrante-, es Sonia Simonovna
Marmeladova, la hija de ese infortunado señor Marmeladof que
ayer fue atropellado por un coche... Ya os he contado...
Pulqueria Alejandrovna miró a Sonia, entornando levemente los
ojos con un gesto despectivo. A pesar del temor que le inspiraba
la mirada fija y retadora de su hijo, no pudo privarse de esta
satisfacción. Dunetchka se volvió hacia la pobre muchacha y la
observó con grave estupor.
Al oír que Raskolnikof la presentaba, Sonia levantó los ojos,
logrando tan sólo que su turbación aumentase.
-Quería preguntarle -dijo Rodia precipitadamente- cómo han ido
hoy las cosas en su casa. ¿Las han molestado mucho? ¿Les ha
interrogado la policía?
-No, todo se ha arreglado sin dificultad. No había duda sobre las
causas de la muerte. Nos han dejado tranquilas. Sólo los vecinos
nos han molestado con sus protestas.
-¿Sus protestas?
-Sí, el cadáver llevaba demasiado tiempo en casa y, con este
calor, empezaba a oler. Hoy, a la hora de vísperas, lo trasladarán
a la capilla del cementerio. Catalina Ivanovna se oponía al
principio, pero al fin ha comprendido que había que hacerlo.
-¿O sea que hoy se lo llevarán?
-Sí, pero las exequias se celebrarán mañana. Catalina Ivanovna
le suplica que asista a ellas y que luego vaya a su casa para
participar en la comida de funerales.
-¡Hasta comida de funerales...!
-Una sencilla colación. También me ha encargado que le dé las
gracias por la ayuda que nos ha prestado. Sin ella, nos habría sido
imposible enterrar a mi padre.
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