Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
muchacha se dirigió a la puerta con el propósito de huir, en su
ánimo se produjo súbitamente una especie de revolución.
-Estaba muy lejos de esperarla -le dijo vivamente, deteniéndola
con una mirada-. Haga el favor de sentarse. Usted viene sin duda
de parte de Catalina Ivanovna. No, ahí no; siéntese aquí, tenga la
bondad.
Al entrar Sonia, Rasumikhine, que ocupaba una de las tres sillas
que había en la habitación, se había levantado para dejarla pasar.
Raskolnikof había empezado por indicar a la joven el extremo del
diván que Zosimof había ocupado hacía un momento, pero al
pensar en el carácter íntimo de este mueble que le servía de lecho
cambió de opinión y ofreció a Sonia la silla de Rasumikhine.
-Y tú siéntate ahí -dijo a su amigo, señalándole el extremo del
diván.
Sonia se sentó casi temblando y dirigió una tímida mirada a las
dos mujeres. Se veía claramente que ni ella misma podía
comprender de dónde había sacado la audacia necesaria para
sentarse cerca de ellas. Y este pensamiento le produjo una
emoción tan violenta, que se levantó repentinamente y, sumida
en el mayor desconcierto, dijo a Raskolnikof, balbuceando:
-Sólo... sólo un momento. Perdóneme si he venido a molestarle.
Vengo de parte de Catalina Ivanovna. No ha podido enviar a nadie
más que a mí. Catalina Ivanovna le ruega encarecidamente que
asista mañana a los funerales que se celebrarán en San Mitrofan...
y que después venga a casa, a su casa, para la comida... Le
suplica que le conceda este honor.
Dicho esto, perdió por completo la serenidad y enmudeció.
-Haré todo lo posible por... No, no faltaré -repuso Raskolnikof,
levantándose y tartamudeando también-. Tenga la bondad de
sentarse -dijo de pronto-. He de hablarle, si me lo permite. Ya veo
que tiene usted prisa, pero le ruego que me conceda dos minutos.
Le acercó la silla, y Sonia se volvió a sentar. De nuevo la joven
dirigió una mirada llena de angustiosa timidez a las dos señoras y
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