Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-No es a Catalina Ivanovna a quien temo -balbuceaba, en medio
de su inquietud-. No es la perspectiva de los tirones de pelo lo que
me inquieta. ¿Qué es un tirón de pelos? Nada absolutamente. No
le quepa duda de que no es nada. Hasta prefiero que me dé unos
cuantos tirones. No, no es eso lo que temo. Lo que me da miedo
es su mirada..., sí, sus ojos... Y también las manchas rojas de sus
mejillas. Y su jadeo... ¿Ha observado cómo respiran estos
enfermos cuando los conmueve una emoción violenta...? También
me inquieta la idea de que voy a encontrar llorando a los niños,
pues si Sonia no les ha dado de comer, no sé..., yo no sé cómo
habrán podido..., no sé, no sé... Pero los golpes no me dan
miedo... Le aseguro, señor, que los golpes no sólo no me hacen
daño, sino que me proporcionan un placer... No podría pasar sin
ellos. Lo mejor es que me pegue... Así se desahoga... Sí, prefiero
que me pegue... Hemos llegado... Edificio Kozel... Kozel es un
cerrajero alemán, un hombre rico... Lléveme a mi habitación.
Cruzaron el patio y empezaron a subir hacia el cuarto piso. La
escalera estaba cada vez más oscura. Eran las once de la noche, y
aunque en aquella época del año no hubiera, por decirlo así,
noche en Petersburgo, es lo cierto que la parte alta de la escalera
estaba sumida en la más profunda oscuridad.
La ahumada puertecilla que daba al último rellano estaba abierta.
Un cabo de vela iluminaba una habitación miserable que medía
unos diez pasos de longitud. Desde el vestíbulo se la podía
abarcar con una sola mirada. En ella reinaba el mayor desorden.
Por todas partes colgaban cosas, especialmente ropas de niño.
Una cortina agujereada ocultaba uno de los dos rincones más
distantes de la puerta. Sin duda, tras la cortina había una cama.
En el resto de la habitación sólo se veían dos sillas y un viejo sofá
cubierto por un hule hecho jirones. Ante él había una mesa de
cocina, de madera blanca y no menos vieja.
Sobre esta mesa, en una palmatoria de hierro, ardía el cabo de
vela. Marmeladof tenía, pues, alquilada una habitación. entera y
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