Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
desvergonzadas criaturas.» Y todos avanzaremos sin temor y nos
detendremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos, lleváis el sello
de la bestia y como bestias sois, pero venid conmigo también!»
Entonces, los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y
exclamarán: «Señor, ¿por qué recibes a éstos?» Y Él responderá:
«Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo, ¡oh personas sensatas!,
porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno de este
favor.» Y Él nos tenderá sus divinos brazos y nosotros nos
arrojaremos en ellos, deshechos en lágrimas..., y lo
comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo..., y
entonces todos comprenderán... También comprenderá Catalina
Ivanovna... ¡Señor, venga a nos el reino!
Se dejó caer en un asiento, agotado, sin mirar a nadie, como si,
en la profundidad de su delirio, se hubiera olvidado de todo lo que
le rodeaba.
Sus palabras habían producido cierta impresión. Hubo unos
instantes de silencio. Pero pronto estallaron las risas y las
invectivas.
-¿Habéis oído?
¡Viejo chocho!
-¡Burócrata!
Y otras cosas parecidas.
-¡Vámonos, señor! -exclamó de súbito Marmeladof, levantando la
cabeza y dirigiéndose a Raskolnikof-. Lléveme a mi casa... El
edificio Kozel... Déjeme en el patio... Ya es hora de que vuelva al
lado de Catalina Ivanovna.
Hacía un rato que Raskolnikof había pensado marcharse,
otorgando a Marmeladof su compañía y su sostén. Marmeladof
tenía las piernas menos firmes que la voz y se apoyaba
pesadamente en el joven. Tenían que recorrer de doscientos a
trescientos pasos. La turbación y el temor del alcohólico iban en
aumento a medida que se acercaban a la casa.
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