Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Se hizo el silencio. Toda esta conversación, con sus pausas, el
perdón concedido y la reconciliación, se había desarrollado en una
atmósfera no desprovista de violencia, y todos se habían dado
cuenta de ello.
«Se diría que me temen», pensó Raskolnikof mirando
furtivamente a su madre y a su hermana.
Efectivamente, Pulqueria Alejandrovna parecía sentirse más y
más atemorizada a medida que se prolongaba el silencio.
«¡Tanto como creía amarlas desde lejos!», pensó Raskolnikof
repentinamente.
-¿Sabes que Marfa Petrovna ha muerto, Rodia? -preguntó de
pronto Pulqueria Alejandrovna.
-¿Qué Marfa Petrovna?
-¿Es posible que no lo sepas? Marfa Petrovna Svidrigailova.
¡Tanto como te he hablado de ella en mis cartas!
¡Ah, sí! Ahora me acuerdo -dijo como si despertara de un sueño-.
¿De modo que ha muerto? ¿Cómo?
Esta muestra de curiosidad alentó a Pulqueria Alejandrovna, que
respondió vivamente:
-Fue una muerte repentina. La desgracia ocurrió el mismo día en
que te envié mi última carta. Su marido, ese monstruo, ha sido
sin duda el culpable. Dicen que le dio una tremenda paliza.
-¿Eran frecuentes esas escenas entre ellos? -preguntó
Raskolnikof dirigiéndose a su hermana.
-No, al contrario: él se mostraba paciente, e incluso amable con
ella. En algunos casos era hasta demasiado indulgente. Así
vivieron durante siete años. Hasta que un día, de pronto, perdió la
paciencia.
-O sea que ese hombre no era tan terrible. De serlo, no habría
podido comportarse con tanta prudencia durante siete años. Me
parece, Dunetchka, que tú piensas así y lo disculpas.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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