Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
extraña. Al parecer, seguía reflexionando sobre aquel punto que le
tenía perplejo.
-Bueno, pero ¿ese hombre atropellado? -se apresuró a decir
Rasumikhine-. Te he interrumpido cuando estabas hablando de él.
Raskolnikof
se
sobresaltó,
como
si
lo
despertasen
repentinamente de un sueño.
-¿Cómo...? ¡Ah, sí! Me manché de sangre al ayudar a
transportarlo a su casa... A propósito, mamá: cometí un acto
imperdonable. Estaba loco, sencillamente. Todo el dinero que me
enviaste lo di a la viuda para el entierro. Está enferma del pecho...
Una verdadera desgracia... Tres huérfanos de corta edad...
Hambrientos... No hay nada en la casa... Ha dejado otra hija... Yo
creo que también tú les habrías dado el dinero si hubieses visto el
cuadro... Reconozco que yo no tenía ningún derecho a obrar así, y
menos sabiendo los sacrificios que has tenido que hacer para
enviarme ese dinero. Está bien que se socorra a la gente. Pero
hay que tener derecho a hacerlo. De lo contrario, Crevez chiens, si
vous n'étes pas contents.
Lanzó una carcajada.
-¿Verdad, Dunia?
-No -repuso enérgicamente la joven.
-¡Bah! También tú estás llena de buenas intenciones -murmuró
con
sonrisa
burlona
y
acento
casi
rencoroso-.
Debí
comprenderlo... Desde luego, eso es hermoso y tiene más valor...
Si llegas a un punto que no te atreves a franquear, serás
desgraciada, y si lo franqueas, tal vez más desgraciada todavía.
Pero todo esto es pura palabrería -añadió, lamentando no haber
sabido contenerse-. Yo sólo quería disculparme ante ti, mamá
-terminó con voz entrecortada y tono tajante.
-No te preocupes, Rodia; estoy segura de que todo lo que tú
haces está bien hecho -repuso la madre alegremente.
-No estés tan segura -repuso él, esbozando una sonrisa.
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