Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Y no hablemos de ése -dijo Raskolnikof, señalando a
Rasumikhine-. No ha recibido de mí sino insultos y molestias, y...
-¡Qué tonterías dices! -exclamó Rasumikhine-. Por lo visto, hoy
te has levantado sentimental.
Si hubiese sido más perspicaz, habría advertido que su amigo no
estaba sentimental, sino todo lo contrario. Avdotia Romanovna, en
cambio, se dio perfecta cuenta de ello. La joven observaba a su
hermano con ávida atención.
-De ti, mamá, no quiero ni siquiera hablar -continuó
Raskolnikof en el tono del que recita una lección aprendida
aquella mañana-. Hoy puedo darme cuenta de lo que debiste
sufrir ayer durante tu espera en esta habitación.
Dicho esto, sonrió y tendió repentinamente la mano a su
hermana, sin desplegar los labios. Esta vez su sonrisa expresaba
un sentimiento profundo y sincero.
Dunia, feliz y agradecida, se apoderó al punto de la mano de
Rodia y la estrechó tiernamente. Era la primera demostración de
afecto que recibía de él después de la querella de la noche
anterior. El semblante de la madre se iluminó ante esta
reconciliación muda pero sincera de sus hijos.
-Ésta es la razón de que le aprecie tanto -exclamó Rasumikhine
con su inclinación a exagerar las cosas-. ¡Tiene unos gestos...!
«Posee un arte especial para hacer bien las cosas -pensó la
madre-. Y ¡cuán nobles son sus impulsos! ¡Con qué sencillez y
delicadeza ha puesto fin al incidente de ayer con su hermana! Le
ha bastado tenderle la mano mientras le miraba afectuosamente...
¡Qué ojos tiene! Todo su rostro es hermoso. Incluso más que el de
Dunetchka. ¡Pero, Dios mío, qué miserablemente vestido va!
Vaska, el empleado de Atanasio Ivanovitch, viste mejor que él...
¡Ah, qué a gusto me arrojaría sobre él, lo abrazaría... y lloraría!
Pero me da miedo..., sí, miedo. ¡Está tan extraño! ¡Tan finamente
como habla, y yo me siento sobrecogida! Pero, en fin de cuentas,
¿qué es lo que temo de él?»
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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