CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 271

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski -Que has logrado a costa de tantos sacrificios -terminó Avdotia Romanovna. -Ayer su estado no era normal -dijo Rasumikhine, pensativo-. Sería interesante saber lo que hizo ayer en la taberna... En efecto, me habló de un muerto y de una joven, cuando le acompañaba a su casa; pero no comprendí ni una palabra. Ayer también estaba yo... -Lo mejor, mamá, será que vayamos ahora mismo a casa de Rodia. Allí veremos lo que conviene hacer. Además, ya es Zora de que nos marchemos. ¡Más de las diez! -exclamó la joven después de echar una ojeada al precioso reloj de oro guarnecido de esmaltes que pendía de su cuello, prendido a una fina cadena de estilo veneciano. Esta joya contrastaba singularmente con el resto de su atavío. «Un regalo de su prometido», pensó Rasumikhine. -Sí, Dunetchka, ya es hora -dijo Pulqueria Alejandrovna, aturdida e inquieta-; ya es hora de que nos vayamos. Al ver que no llegamos, podría creer que estamos disgustadas con él por la escena de anoche. ¡Dios mío, Dios mío...! Mientras hablaba se ponía apresuradamente el sombrero y la mantilla. Dunetchka se compuso también. Sus guantes estaban no solamente desgastados, sino agujereados, como pudo ver Rasumikhine. Sin embargo, esta evidente pobreza daba a las dos damas un aire de especial dignidad, como es corriente en las personas que saben llevar vestidos humildes. Rasumikhine contemplaba a Avdotia Romanovna con veneración y se sentía orgulloso ante la idea de acompañarla. Y pensaba que la reina que se arreglaba las medias en la prisión debía de tener más majestad en ese momento que cuando aparecía en espléndidas fiestas y magníficos desfiles. -¡Dios mío! -exclamó Pulqueria Alejandrovna-. Nunca me habría imaginado que pudiera causarme temor una entrevista con mi hijo, con mi querido Rodia. Pues la temo, Dmitri Prokofitch -añadió, dirigiendo al joven una tímida mirada. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 270