Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
de salud, mi muerte, nuestra miseria, en fin? No, él habría pasado
sobre todos los obstáculos con la mayor tranquilidad del mundo.
-Él no me ha dicho ni una sola palabra sobre este asunto -dijo
prudentemente Rasumikhine-, pero yo he sabido algo por la viuda
de Zarnitzine, la cual por cierto no es nada habladora. Y lo que
esa señora me ha dicho es bastante extraño.
-¿Qué le ha dicho? -preguntaron las dos mujeres a la vez.
-¡Oh! Nada de particular. Lo que he sabido es que ese
matrimonio, que estaba irrevocablemente decidido y que sólo la
muerte de la prometida pudo impedir, no era del agrado de la
señora Zarnitzine... Supe, además, que la novia era una mujer fea
y enfermiza..., una joven extraña, aunque dotada de ciertas
prendas. Sin duda, las debía de poseer, pues, de otro modo, no se
habría comprendido que Rodia... Además, la muchacha no tenía
dote... Sin embargo, él no se habría casado por interés... Es muy
difícil formular un juicio.
-Estoy segura de que esa joven tenía alguna cualidad -observó
lacónicamente Avdotia Romanovna.
-Que Dios me perdone, pero me alegré de su muerte, pues no sé
para cuál de los dos habría sido más funesto ese matrimonio -dijo
Pulqueria Alejandrovna.
Acto seguido, tímidamente, con visibles vacilaciones y dirigiendo
furtivas miradas a Dunia, que no ocultaba su descontento,
empezó a interrogar al joven sobre la escena que se había
desarrollado el día anterior entre Rodia y Lujine. Este incidente
parecía causarle profunda inquietud, e incluso verdadero terror.
Rasumikhine refirió detalladamente la disputa, añadiendo sus
propios comentarios. Acusó sin rodeos a Raskolnikof de haber
insultado a Piotr Petrovitch deliberadamente y no mencionó el
detalle de que la enfermedad que padecía su amigo podía
disculpar su conducta.
-Había planeado todo esto antes de su enfermedad --concluyó.
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