Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Yo pienso como usted -dijo Pulqueria Alejandrovna,
desesperada.
Pero, al mismo tiempo, estaba profundamente sorprendida al ver
que aquella mañana Rasumikhine hablaba de Piotr Petrovitch con
la mayor moderación e incluso con cierto respeto. Avdotia
Romanovna parecía no menos asombrada por este hecho.
Pulqueria Alejandrovna no pudo contenerse.
-Así, ¿es ésa su opinión sobre Piotr Petrovitch?
-No puedo tener otra del futuro esposo de su hija -respondió
Rasumikhine con calurosa firmeza-. Y no lo digo por pura cortesía
sino porque... porque la mejor recomendación para ese hombre es
que Avdotia Romanovna lo haya elegido por esposo... Si ayer
llegué a injuriarle fue porque estaba ignominiosamente
embriagado... y como loco; sí, como loco, completamente fuera
de mí... Y hoy me siento profundamente avergonzado.
Enrojeció y se detuvo. Avdotia Romanovna se ruborizó también,
pero no dijo nada. No había pronunciado una sola palabra desde
que había empezado a oír hablar de Lujine.
Pero Pulqueria Alejandrovna se sentía un tanto desconcertada al
faltarle la ayuda de su hija. Finalmente, manifestó, vacilando y
dirigiendo continuas miradas a la joven, que había ocurrido algo
que la trastornaba profundamente.
-Verá usted, Dmitri Prokofitch -comenzó a decir. Pero se detuvo
y preguntó a su hija-: Debo hablar con toda franqueza a Dmitri
Prokofitch, ¿verdad, Dunetchka?
-Desde luego, mamá -respondió sin vacilar Avdotia Romanovna.
-Pues es el caso... -continuó inmediatamente Pulqueria
Alejandrovna, como si le hubiesen quitado una montaña de
encima al autorizarla a participar su dolor-. En las primeras horas
de esta mañana hemos recibido un carta de Piotr Petrovitch, en
respuesta a la que le enviamos nosotras ayer anunciándole
nuestra llegada. Él nos había prometido acudir a la estación a
recibirnos, pero no le fue posible y nos envió a una especie de
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