Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
insensible, pero hasta tal extremo, que resulta inhumano. Es
como si poseyese dos caracteres distintos y los fuera alternando.
En ciertos momentos se muestra profundamente taciturno. Da la
impresión de estar siempre atareado, lo que, de ser verdad,
explicaría que todo el mundo le moleste, pero es lo cierto que está
horas y horas acostado y sin hacer nada. No le gustan las ironías,
y no porque carezca de mordacidad, sino porque sin duda le
parece que no puede perder el tiempo en semejantes frivolidades.
Lo que interesa a los demás, a él le es indiferente. Tiene una
elevada opinión de sí mismo, a mi entender no sin razón... ¿Qué
más...? ¡Ah, sí! Creo que la llegada de ustedes ejercerá sobre él
una acción saludable.
-¡Quiera Dios que sea así! -exclamó Pulqueria Alejandrovna,
consternada por las revelaciones de Rasumikhine acerca del
carácter de su Rodia.
Al fin el joven osó mirar más francamente a Avdotia Romanovna.
Mientras hablaba, le había dirigido miradas al soslayo, pero
rápidas y furtivas. A veces, la joven permanecía sentada ante la
mesa, escuchándolo atentamente; a veces, se levantaba y
empezaba a dar sus acostumbrados paseos por la habitación, con
los brazos cruzados, cerrada la boca, pensativa, haciendo de vez
en cuando una pregunta, pero sin detenerse. También ella tenía la
costumbre de no escuchar hasta el final a quien le hablaba.
Llevaba un vestido sencillo y ligero, y en el cuello un pañuelo
blanco. Rasumikhine dedujo de diversos detalles que tanto ella
como su madre vivían en la mayor pobreza. Si Avdotia
Romanovna hubiese ido ataviada como una reina, es muy
probable que Rasumikhine no se hubiera sentido cohibido ante
ella. Sin embargo, tal vez porque la veía tan modestamente
vestida y se imaginaba su vida de privaciones, estaba atemorizado
y vigilaba atentamente sus propios gestos y palabras, lo que
aumentaba su timidez de hombre que desconfía de sí mismo.
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