Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
días. Esta mañana se ha levantado a las siete y ha hecho que le
entraran el samovar al dormitorio. No he tenido el honor de verla.
A las nueve en punto llegó Rasumikhine a la pensión Bakaleev.
Las dos mujeres le esperaban desde hacía un buen rato con
impaciencia febril. Se habían levantado a las siete y media. El
estudiante entró en la casa con cara sombría, saludó torpemente
y esta torpeza le hizo enrojecer. Pero ocurrió algo que no tenía
previsto. Pulqueria Alejandrovna se arrojó sobre él, le cogió las
manos y poco faltó para que se las besara. Rasumikhine dirigió
una tímida mirada a Avdotia Romanovna. Pero aquel altivo rostro
expresaba un reconocimiento tan profundo y una simpatía tan
afectuosa (en vez de las miradas burlonas y llenas de un
desprecio mal disimulado que esperaba recibir), que su confusión
no tuvo límites. Sin duda se habría sentido menos violento si le
hubieran acogido con reproches. Afortunadamente, tenía un tema
de conversación obligado y se apresuró a echar mano de él.
Cuando se enteró de que su hijo seguía durmiendo y las cosas no
podían ir mejor, Pulqueria Alejandrovna manifestó que lo
celebraba de veras, pues deseaba conferenciar con Rasumikhine
sobre cuestiones urgentes antes de ir a ver a Rodia.
Acto seguido preguntó al visitante si había tomado el té, y, ante
su respuesta negativa, la madre y la hija le invitaron a tomarlo
con ellas, ya que le habían esperado para desayunarse.
Avdotia Romanovna hizo sonar la campanilla y acudió un
desa