Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
estado enterado del detalle de que un canalla le había herido con
sus sospechas, habría evitado semejante conversación. Estos
maníacos hacen un océano de una gota de agua y toman por
realidades los disparates que imaginan. Ahora, gracias a lo que
nos contó anoche en tu casa Zamiotof, ya comprendo muchas
cosas. Sí. Conozco el caso de un hombre de cuarenta años,
afectado de hipocondría, que un día no pudo soportar las
travesuras cotidianas de un niño de ocho años y lo estranguló. Y
ahora nos enfrentamos con un hombre reducido a la miseria y que
se ve en el trance de sufrir las insolencias de un policía.
Añadamos a esto la enfermedad que le minaba y el efecto de la
grave sospecha. Piensa que se trata de un caso de hipocondría en
último grado, de un sujeto orgulloso en extremo: ahí tenemos la
base del mal... ¡Bueno, que se vaya todo al diablo! ¡Ah!, a
propósito: ese Zamiotof es un gran muchacho, pero ha cometido
una torpeza contando todo esto. Es un charlatán incorregible.
-Pero ¿a quién lo ha contado? A ti y a mí.
-Y a Porfirio.
-¡Bah! No hay ningún mal en que Porfirio lo sepa.
-Oye: ¿tienes alguna influencia sobre la madre y la hermana?
Habría que recomendarles que hoy fueran prudentes con él.
-Ya se las arreglarán -repuso Rasumikhine, visiblemente
contrariado.
-¿Por qué atacaría tan furiosamente a ese Lujine? Es un hombre
acomodado y que no parece desagradar a las mujeres... No andan
bien de dinero, ¿verdad?
-¡Esto es todo un interrogatorio! -exclamó Rasumikhine fuera de
sí-. ¿Cómo puedo yo saber lo que ellos tienen en el pensamiento?
Pregúntaselo a ellas: tal vez te lo digan.
-¡Qué arranques de brutalidad tienes a veces! Por lo visto,
todavía no se te ha pasado del todo la borrachera. Adiós. Da las
gracias de mi parte a Praskovia Pavlovna por su hospitalidad. Se
ha encerrado en su habitación y no ha respondido a mis buenos
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