Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Ciertamente -balbuceó a media voz un minuto después
profundamente avergonzado-, estas torpezas ya no se pueden
evitar ni reparar. Por lo tanto, es inútil pensar en ello... Lo más
prudente será que me presente en silencio, cumpla mis deberes
sin desplegar los labios y... que me excuse con el mutismo...
Naturalmente, todo está perdido.
Sin embargo, dedicó un cuidado especial a su indumentaria.
Examinó su traje. No tenía más que uno, pero se lo habría puesto
aunque tuviera otros. Sí, se lo habría puesto expresamente. Sin
embargo, exhibir cínicamente una descuidada suciedad habría
sido un acto de mal gusto. No tenía derecho a mortificar con su
aspecto a otras personas, y menos a unas personas que le
necesitaban y le habían rogado que fuera a verlas.
Cepilló cuidadosamente su traje. Su ropa interior estaba
presentable, como de costumbre (Rasumikhine era intransigente
en cuanto a la limpieza de la ropa interior). Procedió a lavarse
concienzudamente. Nastasia le dio jabón y él lo utilizó para el
cuello, la cabeza y -esto sobre todo- las manos. Pero cuando llegó
el momento de decidir si debía afeitarse (Praskovia Pavlovna
poseía excelentes navajas de afeitar heredadas de su difunto
esposo, el señor Zarnitzine), se dijo que no lo haría, y se lo dijo
incluso con cierta aspereza.
«No, me mostraré tal cual soy. Podrían suponer que me he
afeitado para... Sí, seguro que lo pensarían... No, no me afeitaré
por nada del mundo. Y menos teniendo el convencimiento de que
soy un grosero, un mal educado, un... Admitamos que me
considero, cosa que en cierto modo es verdad, un hombre
honrado, o poco menos. ¿Puedo enorgullecerme de esta
honradez? Todo el mundo debe ser honrado y más que honrado...
Además (bien lo recuerdo), yo tuve aquellas co 6