Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
apresuró a expulsarlo de ella, para dedicar su pensamiento a otros
asuntos, a los deberes más razonables que le había legado, por
decirlo así, la maldita jornada anterior.
Lo que más le abochornaba era recordar hasta qué extremo se
había mostrado innoble, pues, además de estar ebrio, se había
aprovechado de la situación de la muchacha para criticar ante ella
llevado de un sentimiento de celos torpe y mezquino, al hombre
que era su prometido, ignorando los lazos de afecto que existían
entre ellos y, en realidad, sin saber nada de aquel hombre. Por
otra parte, ¿con qué derecho se había permitido juzgarle y quién
le había pedido que se erigiera en juez? ¿Acaso una criatura como
Avdotia Romanovna podía entregarse a un hombre indigno sólo
por el dinero? No, no cabía duda de que Piotr Petrovitch poseía
alguna cualidad. ¿El alojamiento? Él no podía saber lo que era
aquella casa. Les había buscado hospedaje; por lo tanto, había
cumplido su deber. ¡Ah, qué miserable era todo aquello, y qué
inadmisible la razón con que intentaba justificarse: su estado de
embriaguez! Esta excusa le envilecía más aún. La verdad está en
la bebida; por lo tanto, bajo la influencia del alcohol, él había
revelado toda la vileza de su corazón deleznable y celoso.
¿Podía permitirse un hombre como él concebir tales sueños?
¿Qué era él, en comparación con una joven como Avdotia
Romanovna? ¿Cómo podía compararse con ella el borracho
charlatán y grosero de la noche anterior? Imposible imaginar nada
más vergonzoso y cómico a la vez que una unión entre dos seres
tan dispares.
Rasumikhine enrojeció ante estas ideas. Y, de pronto, como
hecho adrede, se acordó de que la noche pasada había dicho en el
rellano de la escalera que la patrona tendría celos de Avdotia
Romanovna... Este pensamiento le resultó tan intolerable, que dio
un fuerte puñetazo en la estufa de la cocina. Tan violento fue el
golpe, que se hizo daño en la mano y arrancó un ladrillo.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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