Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
caso es que allí todo se dice y todo se perdona. ¿Estoy yo también
perdonado aquí? ¿Sí? Pues adelante... Este pasillo lo conozco yo.
He estado aquí otras veces. Allí, en el número tres, hubo un día
un escándalo. ¿Dónde se alojan ustedes? ¿En el número ocho?
Pues cierren bien la puerta y no abran a nadie... Volveré dentro de
un cuarto de hora con noticias, y dentro de media hora con
Zosimof. Bueno, me voy. Buenas noches.
-Dios mío, ¿adónde hemos venido a parar? -preguntó, ya en la
habitación, Pulqueria Alejandrovna a su hija.
-Tranquilízate, mamá -repuso Dunia, quitándose el sombrero y la
mantilla-. Dios nos ha enviado a este hombre, aunque lo haya
sacado de una orgía. Se puede confiar en él, te lo aseguro.
Además, ¡ha hecho ya tanto por mi hermano!
-¡Ay, Dunetchka! Sabe Dios si volverá. No sé cómo he podido
dejar a Rodia... Nunca habría creído que lo encontraría en tal
estado. Cualquiera diría que no se ha alegrado de vernos.
Las lágrimas llenaban sus ojos.
-Eso no, mamá. No has podido verlo bien, porque no hacías más
que llorar. Lo que ocurre es que está agotado por una grave
enfermedad. Eso explica su conducta.
-¡Esa enfermedad, Dios mío...! ¿Cómo terminará todo esto...? Y
¡en qué tono te ha hablado!
Al decir esto, la madre buscaba tímidamente la mirada de su
hija, deseosa de leer en su pensamiento. Sin embargo, la
tranquilizaba la idea de que Dunia defendía a su hermano, lo que
demostraba que te había perdonado.
-Estoy segura de que mañana será otro -añadió para ver qué
contestaba su hija.
-Pues a mí no me cabe duda -afirmó Dunia- de que mañana
pensará lo mismo que hoy.
Pulqueria Alejandrovna renunció a continuar el diálogo: la
cuestión le parecía demasiado delicada.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 250