Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
importa...! Bueno, vamos. Porque me creen, ¿verdad? Díganme:
¿me creen o no me creen?
-Vamos, mamá -dijo Avdotia Romanovna-. Hará lo que dice. Es
el salvador de Rodia, y si el doctor ha prometido pasar aquí la
noche, ¿qué más podemos pedir?
-¡Ah! Usted me comprende porque es un ángel -exclamó
Rasumikhine en una explosión de entusiasmo-. Vámonos.
Nastasia, entra en la habitación con la luz y no te muevas de su
lado. Dentro de un cuarto de hora estoy de vuelta.
Pulqueria Alejandrovna, aunque no del todo convencida, no hizo
la menor objeción. Rasumikhine las cogió a las dos del brazo y se
las llevó escaleras abajo. La madre de Rodia no estaba muy
segura de que el joven cumpliera lo prometido. «Sin duda es listo
y tiene buenos sentimientos. Pero ¿se puede confiar en la palabra
de un hombre que se halla en semejante estado?
-Ya entiendo: ustedes creen que estoy bebido -dijo el joven,
adivinando los pensamientos de las dos mujeres y mientras daba
tales zancadas por la acera, que ellas a duras penas podían
seguirle, cosa que él no advertía-. Eso es absurdo... Quiero decir
que, aunque esté borracho perdido, esto no importa en absoluto.
Estoy borracho, sí, pero no de bebida. Lo que me ha trastornado
ha sido la llegada de ustedes: me ha producido el mismo efecto
que si me dieran un golpe en la cabeza... Sin embargo, esto no
excluye mi responsabilidad... No me hagan caso, pues soy indigno
de ustedes completamente indigno... Y tan pronto como las haya
dejado en casa, me acercaré al canal y me echaré dos cubos de
agua en la cabeza. Entonces se me pasará todo... ¡Si ustedes
supieran cuánto las quiero a las dos! No se enfaden, no se rían...
De la última persona de quien deben ustedes burlarse es de mí.
Yo soy amigo de él. Tenía el presentimiento de que sucedería lo
que ha sucedido. El año pasado ya lo presentí... Pero no, no pude
presentirlo el año pasado, porque, al verlas a ustedes, he tenido la
impresión de que me caían del cielo... Yo no dormiré esta noche...
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