Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-De ningún modo deben ustedes ir a ver a la patrona --exclamó
Rasumikhine dirigiéndose a Pulqueria Alejandrovna-. Lo que usted
pretende es un disparate. Por muy madre de él que usted sea, lo
exasperaría quedándose aquí, y sabe Dios las consecuencias que
eso podría tener. Escuchen; he aquí lo que he pensado hacer:
Nastasia se quedará con él un momento, mientras yo las llevo a
ustedes a su casa, pues dos mujeres no pueden atravesar solas
las calles de Petersburgo... En seguida, en una carrera, volveré
aquí, y un cuarto de hora después les doy mi palabra de honor
más sagrada de que iré a informarlas de cómo va la cosa, de si
duerme, de cómo está, etcétera... Luego, óiganme bien, iré en un
abrir y cerrar de ojos de la casa de ustedes a la mía, donde he
dejado algunos invitados, todos borrachos, por cierto. Entonces
cojo a Zosimof, que es el doctor que asiste a Rodia y que ahora
está en mi casa... Pero él no está bebido. Nunca está bebido. Lo
traeré a ver a Rodia, y de aquí lo llevaré inmediatamente a casa
de ustedes. Así, ustedes recibirán noticias dos veces en el espacio
de una hora: primero noticias mías y después noticias del doctor
en persona. ¡Del doctor! ¿Qué más pueden pedir? Si la cosa va
mal, yo les juro que voy a buscarlas y las traigo aquí; si la cosa va
bien, ustedes se acuestan y ¡a dormir se ha dicho...! Yo pasaré la
noche aquí, en el vestíbulo. Él no se enterará. Y haré que Zosimof
se quede a dormir en casa de la patrona: así lo tendremos a
mano... Porque, díganme: ¿a quién necesita más Rodia en estos
momentos: a ustedes o al doctor? No cabe duda de que el doctor
es más útil para él, mucho más útil... Por lo tanto, vuélvanse a
casa. Además, ustedes no pueden qu