CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 244

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski Raskolnikof no le contestó, acaso porque ya no le quedaban fuerzas. Se había echado en el diván y se había vuelto de cara a la pared, completamente extenuado. Avdotia Romanovna miró atentamente a Rasumikhine. Sus negros ojos centellearon, y Rasumikhine se estremeció bajo aquella mirada. Pulqueria Alejandrovna estaba perpleja. -No puedo marcharme -murmuró a Rasumikhine, desesperada-. Me quedaré aquí, en cualquier rincón. Acompañe a Dunia. -Con eso no hará sino empeorar las cosas -respondió Rasumikhine, también en voz baja y fuera de sí-. Salgamos a la escalera. Nastasia, alúmbranos. Le juro -continuó a media voz cuando hubieron salido- que ha estado a punto de pegarnos al doctor y a mí. ¿Comprende usted? ¡Incluso al doctor! Éste ha cedido por no irritarle, y se ha marchado. Yo me he ido al piso de abajo, a fin de vigilarle desde allí. Pero él ha procedido con gran habilidad y ha logrado salir sin que yo le viese. Y si ahora se empeña usted en seguir irritándole, se irá igualmente, o intentará suicidarse. -¡Oh! ¿Qué dice usted? -Por otra parte, Avdotia Romanovna no puede permanecer sola en ese fonducho donde se hospedan ustedes. Piense que están en uno de los lugares más bajos de la ciudad. Ese bribón de Piotr Petrovitch podía haberles buscado un alojamiento más conveniente... ¡Ah! Estoy un poco achispado, ¿sabe? Por eso empleo palabras demasiado... expresivas. No haga usted demasiado caso. -Iré a ver a la patrona -dijo Pulqueria Alejandrovna- y le suplicaré que nos dé a Dunia y a mí un rincón cualquiera para pasar la noche. No puedo dejarlo así, no puedo. Hablaban en el rellano, ante la misma puerta de la patrona. Nastasia permanecía en el último escalón, con una luz en la mano. Rasumikhine daba muestras de gran agitación. Media hora antes, StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 243