Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Avdotia Romanovna estaba pálida y su mano temblaba en la de
Rodia.
-Volved a vuestro alojamiento... con él -dijo Raskolnikof con voz
entrecortada y señalando a Rasumikhine-. Ya hablaremos
mañana. ¿Hace mucho que habéis llegado?
-Esta tarde, Rodia -repuso Pulqueria Alejandrovna-. El tren se ha
retrasado. Pero oye, Rodia: no te dejaré por nada del mundo;
pasaré la noche aquí, cerca de...
-¡No me atormentéis! -la interrumpió el enfermo, irritado.
-Yo me quedaré con él -dijo al punto Rasumikhine-, y no te
dejaré solo ni un segundo. Que se vayan al diablo mis invitados.
No me importa que les sepa mal. Allí estará mi tío para
atenderlos.
-¿Cómo podré agradecérselo? -empezó a decir Pulqueria
Alejandrovna estrechando las manos de Rasumikhine.
Pero su hijo la interrumpió:
-¡Basta, basta! No me martiricéis. No puedo más.
-Vámonos, mamá. Salgamos aunque sólo sea un momento
-murmuró Dunia, asustada-. No cabe duda de que nuestra
presencia te mortifica.
-¡Que no pueda quedarme a su lado después de tres años de
separación! -gimió Pulqueria Alejandrovna, bañada en lágrimas.
-Esperad un momento -dijo Raskolnikof-. Como me interrumpís,
pierdo el hilo de mis ideas. ¿Habéis visto a Lujine?
-No, Rodia; pero ya sabe que hemos llegado. Ya nos hemos
enterado de que Piotr Petrovitch ha tenido la atención de venir a
verte hoy -dijo con cierta cortedad Pulqueria Alejandrovna.
-Sí, ha sido muy amable... Oye, Dunia, he dicho a ese hombre
que lo iba a tirar por la escalera y lo he mandado al diablo.
-¡Oh Rodia! ¿Por qué has hecho eso? Seguramente tú... No
creerás que... -balbuceó Pulqueria Alejandrovna, aterrada.
Pero una mirada dirigida a Dunia le hizo comprender que no
debía continuar. Avdotia Romanovna miraba fijamente a su
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 241