CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 240

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski -Eso ya lo sé. Pero quiero estrecharte aquí la mano y decirte adiós. Vamos, dame la mano y digámonos adiós. -Pero ¿qué demonios te pasa, Rodia? -Nada. Vamos. Lo verás por tus propios ojos. Empezaron a subir los últimos escalones, mientras Rasumikhine no podía menos de pensar que Zosimof tenía tal vez razón. «A lo mejor, lo he trastornado con mi charla se dijo. Ya estaban cerca de la puerta, cuando, de súbito, oyeron voces en la habitación. -Pero ¿qué pasa? -exclamó Rasumikhine. Raskolnikof cogió el picaporte y abrió la puerta de par en par. Y cuando hubo abierto, se quedó petrificado. Su madre y su hermana estaban sentadas en el diván. Le esperaban desde hacía hora y media. ¿Cómo se explicaba que Raskolnikof no hubiera pensado ni remotamente que podía encontrarse con ellas, siendo así que aquel mismo día le habían anunciado dos veces su inminente llegada a Petersburgo? Durante la hora y media de espera, las dos mujeres no habían cesado de hacer preguntas a Nastasia, que estaba aún ante ellas y las había informado de todo cuanto sabía acerca de Raskolnikof. Estaban aterradas desde que la sirvienta les había dicho que el huésped había salido de casa enfermo y seguramente bajo los efectos del delirio. -Señor..., ¿qué será de él? Y lloraban las dos. Habían sufrido lo indecible durante la larga espera. Un grito de alegría acogió a Raskolnikof. Las dos mujeres se arrojaron sobre él. Pero él permanecía inmóvil, petrificado, como si repentinamente le hubieran arrancado la vida. Un pensamiento súbito, insoportable, lo había fulminado. Raskolnikof no podía levantar los brazos para estrecharlas entre ellos. No podía, le era materialmente imposible. StudioC &VF