Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Tanto como loco, no... Yo creo, querido, que he hablado
demasiado... A él le llamó la atención que a ti sólo te interesara
este asunto... Ahora ya comprende la razón de este interés...
porque conoce las circunstancias... y el motivo de que entonces te
irritara. Y ello, unido a ese principio de enfermedad... Estoy un
poco borracho, querido, pero el diablo sabe que a Zosimof le
ronda una idea por la cabeza... Te repito que sólo piensa en
enfermedades mentales... Tú no debes hacerle caso.
Los dos permanecieron en silencio durante unos segundos.
-Óyeme, Rasumikhine -dijo Raskolnikof-: quiero hablarte
francamente. Vengo de casa de un difunto, que era funcionario...
He dado a la familia todo mi dinero. Además, me ha besado una
criatura de un modo que, aunque verdaderamente hubiera
matado yo a alguien... Y también he visto a otra criatura que
llevaba una pluma de un rojo de fuego... Pero estoy divagando...
Me siento muy débil... Sostenme... Ya llegamos.
-¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? -preguntó Rasumikhine, inquieto.
-La cabeza se me va un poco, pero no se trata de esto. Es que
me siento triste, muy triste..., sí, como una damisela... ¡Mira!
¿Qué es eso? ¡Mira, mira...!
-¿Adónde?
-Pero ¿no lo ves? ¡Hay luz en mi habitación! ¿No la ves por la
rendija?
Estaban en el penúltimo tramo, ante la puerta de la patrona, y
desde allí se podía ver, en efecto, que en la habitación de
Raskolnikof había luz. .
-¡Qué raro! ¿Será Nastasia?-dijo Rasumikhine.
-Nunca sube a mi habitación a estas horas. Seguro que hace ya
un buen rato que está durmiendo... Pero no me importa lo más
mínimo. Adiós; buenas noches.
-¿Cómo se te ha ocurrido que pueda dejarte? Te acompañaré
hasta tu habitación. Entraremos juntos.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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