Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
querido. Si tardas diez minutos más, me pego con alguien,
palabra de honor. ¡Qué cosas tan absurdas dicen! No te puedes
imaginar lo que es capaz de inventar la mente humana. Pero
ahora pienso que sí que te lo puedes imaginar. ¿Acaso no
mentimos nosotros? Dejémoslos que mientan: no acabarán con
las mentiras... Espera un momento: voy a traerte a Zosimof.
Zosimof se precipitó sobre Raskolnikof ávidamente. Su rostro
expresaba una profunda curiosidad, pero esta expresión se
desvaneció muy pronto.
-Debe ir a acostarse inmediatamente -dijo, después de haber
examinado a su paciente-, y tomará usted, antes de irse a la
cama, uno de estos sellos que le he preparado. ¿Lo tomará?
-Como si quiere usted que tome dos.
El sello fue ingerido en el acto.
-Haces bien en acompañarlo a casa -dijo Zosimof a
Rasumikhine-. Ya veremos cómo va la cosa mañana. Pero por hoy
no estoy descontento. Observo una gran mejoría. Esto demuestra
que no hay mejor maestro que la experiencia.
-¿Sabes lo que me ha dicho Zosimof en voz baja ahora mismo,
cuando salíamos? -murmuró Rasumikhine apenas estuvieron en la
calle-. No te lo diré todo, querido: son cosas de imbéciles... Pues
Zosimof me ha dicho que charlase contigo por el camino y te
tirase de la lengua para después contárselo a él todo. Cree que
tú... que tú estás loco, o que te falta poco para estarlo. ¿Te has
fijado? En primer lugar, tú eres tres veces más inteligente que él;
en segundo, como no estás loco, puedes burlarte de esta idea
disparatada, y, finalmente, ese fardo de carne especializado en
cirugía está obsesionad desde hace algún tiempo por las
enfermedades mentales. Pero algo le ha hecho cambiar
radicalmente el juicio que había formado sobre ti, y es la
conversación que has tenido con Zamiotof.
-Por lo visto, Zamiotof te lo ha contado todo.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 236